¿Por qué no te callas?...¡Respeta Chávez, respeta!

¿POR QUÉ NO TE CALLAS?

Esas cinco palabras que resumen lo que muchos venezolanos hemos querido decirle en innumerables oportunidades al Presidente Chávez, se las dijo bien clarito, y visiblemente molesto el Rey de España Don Juan Carlos I. No pretendo hablar de la importancia que pudiera o no tener Don Juan Carlos I, ni de la legitimidad del título que ostenta, ni de todo lo que implica ser Rey de España. Aunque no dejo de reconocer toda la labor social que ellos llevan a cabo, y el papel determinante que han tenido en momentos claves para la recuperación y el fortalecimiento de la democracia española – basta recordar el 23-F-, siempre me ha parecido que ellos están allá para figurar, darle de vender a ¡Hola! y Lecturas y entretener al pueblo. Son algo así como el arquetipo de lo correcto, el sueño imposible que muchos tienen, el deseo eterno que no se cumple.

Pretendió Chávez hacer en la Cumbre Iberoamericana lo que hace acá a cada rato con quien osa llevarle la contraria: insultarlo a diestra y siniestra. Su victima era el ex presidente español José María Aznar, quien no tiene muy buena opinión sobre nuestro Presi, y lo dice abiertamente, recibiendo los típicos insultos que aquí recibimos todos: golpista, fascista, serpiente, etc, etc, etc. Como en España no ha habido un Chávez que irresponsablemente siembre un odio contra todo lo del pasado y vuelva a los españoles enemigos acérrimos, Rodríguez Zapatero intervino para pedirle al presidente que se dirija con respeto a su rival del PP, cosa equiparable a pedirle peras al olmo –lee bien y aprende Rosales: al olmo, no al horno-. En virtud de que Chávez de eso no sabe, comenzó a interrumpir a Zapatero, hasta que la paciencia del Rey llegó al límite, y cual abuelo que escucha a un nieto ebrio decir puras estupideces le espetó un sorprendente: “¿Por qué no te callas?” que dejó a todo el mundo abismado.

Luego respondió Chávez que “el Rey será Rey pero no me puede hacer callar” queriendo llevar la discusión a los términos del poderoso Rey que trata de callar al oprimido plebeyo cuando la cosa no es ni remotamente de esa manera. Juan Carlos I tiene toda la autoridad de mandar callar al Presidente, no porque sea Rey, sino porque es una persona con toda la educación que le falta a Chávez, y cuando digo educación no me refiero a esos magnánimos –y a veces ridículos- códigos de etiqueta, protocolo y conducta que rigen a la monarqía española; cuando digo educación me refiero a esa cosa tan elemental que son las normas del buen oyente y del buen hablante, y sobretodo del respeto, que lo tiene hasta la persona más humilde del barrio más pobre de Caracas.

El problema es que Chávez es un militar cuartelero, y un ex presidiario acostumbrado precisamente a eso: a la grosería, al insulto, a los gritos, a la vulgaridad, etc, y ahora que se siente todo-poderoso porque tiene plata cree que se puede llevar por el medio a quien le de la gana como le de la gana. No conoce de respeto ni del debate de ideas, lo suyo es el atropello, la imposición, la amenaza, y el “porque me da la gana” cual matón de barrio. Lo peor es que ha logrado trastocar los valores de tal modo, que son muchos los que le aplauden la gracia, los que sienten que a punta de groserías se la está comiendo, “porque este si es un presidente arrecho”. Pareciera que nunca crecieron, pues se comportan como los típicos adolescentes, con los mismos códigos de conducta donde el que más irrespeta a sus mayores, es el más popular.

Son esos los que ya veremos diciendo que Chávez es tan bravo que ni al Rey se le calla, y lo pondrán como el héroe que se atrevió a parársele en frente a “su opresora majestad”. Los veo clarito exclamando con orgullo que esta es la típica batalla en la que “el pueblo” –representado por “mi presidente Chávez”- se enfrenta a la oligárquica y rancia monarquía de Don Juan Carlos I, y con ella reivindica la lucha indígena de cuando Colón. Pura palabrería barata y mal montada.

Lo que nos consuela es que la vida siempre se termina encargando de demostrarles a esos insolentes muchachos por qué sus mayores tenían razón, y por qué tenían que hacerles caso. En el caso concreto de nuestro Presidente, algún día la vida le demostrará por qué a veces hay que callar en vez de soltar tanta grosería junta.