Chávez y el magnicidio: ¡Welcome to my life!

A pesar de los problemas económicos, que son muchos y bastante serios, el principal tormento de este país es la inseguridad: Somos, según la UNESCO, uno de los países más violentos del mundo.

Siendo esto así, era cuestión de tiempo que el problema de la violencia infiltrara al máximo gobierno, como en efecto ha sucedido, al punto que, dicen, a pesar de los anillos de seguridad made in Cuba, a Chávez lo quieren matar. Sufre ahora el presidente lo mismo que sufrimos la mayoría de los venezolanos que diariamente salimos a la calle y tenemos tras nosotros la sombra amenazante de un hampa desbordada que, en el mejor de los casos, quiere despojarnos de los bienes que honradamente hemos adquirido, y en el peor de ellos, que no el menos frecuente, de la vida que Dios nos dio.

Con las diferencias que en su caso el crimen lleva el pomposo nombre de “magnicidio” -"minicidio" según Bayly- y en el nuestro el de asesinato no más; y que el suyo sería reseñado en la primera página de los diarios del mundo y el de cualquiera de nosotros sería uno más en la última página de un diario de circulación regional o, con suerte, nacional; la tragedia de Hugo Chávez, el hombre que siente su vida amenazada, es la tragedia del venezolano común y corriente.

Esa incertidumbre asesina que sentimos al salir de nuestras casas y no saber si regresaremos, porque a algún delincuente -amparado por esa impunidad tan característica de estos últimos años que le permite obtener sin problemas armas de alto calibre, droga de relativa calidad y una eterna boleta de excarcelación- le dio por sentenciarnos y acabar con nuestras vidas, es lo mismo que, me imagino, ha de sentir Chávez ahora que lo quieren matar.

La misma desconfianza con la que vemos a policías y militares, porque no sabemos si tras de ellos se esconde cierta complicidad con la delincuencia o la delincuencia misma, ha de ser la misma que siente Chávez cuando ve a José Vicente, Diosdado, Bernal y a los demás actores que delante de las cámaras prácticamente se inmolan por él, pero tras de ellas no se sabe.

Vivir con la muerte en la espalda, desconfiando del de al lado, con los cinco sentidos alerta y las pertenencias bien agarradas; sentirse al garete, a la buena de Dios, con un futuro incierto y con la única expectativa de (sobre)vivir junto a los tuyos un día más. Eso, que es lo que vivimos y sentimos en las calles los desahuciados habitantes de este país , debe estarlo viviendo y sintiendo Chávez.

Él está siendo ahorita más venezolano que nunca y está comenzando a padecer, castigo divino digo yo, lo que los ciudadanos de su país padecemos bajo su desastroso mandato, en el cual se ha convertido al hampa en la dueña de Venezuela. Una dueña cruel y sedienta de sangre, que cada media hora cobra la vida de algún inocente que comete la osadía de transitar las calles del país.

Por eso cuando veo y escucho las inverosímiles historias del magnicidio -iban a tumbar el avión presidencial con un AT-4, un arma anti-tanques que debe ser accionada a no más de 500mts del objetivo, según Wiki-, que aún no me creo, sólo ruego al cielo que Chávez sí se las crea, y a pie juntillas, para decirle, como en una canción que escuchaba con frecuencia y a todo volumen Lucecita Jr, en perfecto inglés del imperio: ¡Welcome to my life!