Querida Viviana (carta abierta a la Gibelli) (I)

Quiero comenzar esta carta advirtiendo que, en efecto, no soy nadie para dirigírtela ni meterme en tu vida amorosa. Lo se, lo admito, lo confieso, y me siento culpable por eso, pero hay algo en mí que puede más que ese correcto sentimiento, y de todos modos me impulsa a escribírtela. No se que es, y la verdad no quiero saberlo, ya que podría aterrarme el descubrir las más oscuras intenciones de mi alma, que quizás se disfrazan de bondad y solidaridad. A ciencia cierta no lo se, y no lo quiero saber.

Hace ya unos cuantos años –no diré cuantos, porque se lo incómodo que es para nosotras que se revelen datos que descubran nuestra edad- firmaste ese “pacto diabólico” que es un contrato de TV, donde a cambio de unos cuantos millones –miles de bolívares en esa época- aceptabas aparecer en la caja chica . Que no se me mal interprete, por favor. El oficio de hacer magia con las imágenes y entretener al público, es uno de los más bonitos y nobles que hay –aparte de bien remunerado-, pero a su vez trae consigo una serie de nefastas consecuencias, como lo es cargar a cuestas con el peso de millones de miradas inquisidoras, que no conformes con evaluar el trabajo realizado en la pantalla chica, se toman la atribución de evaluar -en este caso es más apropiado el verbo juzgar-, la vida, obra y milagro, de quienes hacen este trabajo. Que no debería ser es otra cosa, pero de que es, es; y yo pecadora me confieso recurrente en esta falta.

Venevisión, canal al que por cierto le he perdido todo el respeto por su actitud rastrera, hizo muy bien su trabajo contigo y te catapultó a la fama, teniendo que hacer aquí la necesaria salvedad que talento y atributos físicos no te faltaban, por lo que la tarea para el 4, aunque meritoria, no fue tan difícil. Cómo es típico en La Colina, cuando tomaron la decisión de convertirte en estrella, no escatimaron esfuerzo alguno, al punto que te hicieron cantante, y hasta tuvieron la osadía de poner un tema del disco como el principal de una novela -jugada esta muy efectiva cuando de popularizar cantantes se trata-; y también te hicieron actriz, dándote los típicos papeles que en toda telenovela se roban el show, por no hablar de los programas que crearon para que los condujeras tu solita. Si me permites el atrevimiento, te prefiero mil veces como animadora antes que actriz o cantante, ya que es algo que se te da natural, sin dejar de reconocer que a pesar de no ser lo tuyo mal que bien supiste defenderte y salir adelante. Eso se llama talento.

Como también suele suceder en el 4, apareció otra animadora y decidieron que era hora de hacerla brillar razón por la cual de la noche a la mañana desapareciste de la pantalla. En parte diría que te hicieron un favor, ya que aunque ganabas muchísima popularidad, ni La Guerra de los Sexos, ni el mamarracho de Daniel Sarcos –perdóname la sinceridad porque Dan debe estar dentro de tus afecto- estaban a la altura de tu talento, y considero que precisamente eso, tu talento, estaba siendo quemado en el programita de marras. Ante tal eventualidad no te quedaste de brazos cruzados, y dando otra prueba que eres una mujer emprendedora y de retos –ya lo habías demostrado cuando abriste aquella panadería donde, permíteme la indiscreción, vendían unos cachitos muy salados-, comenzaste a producir obras teatrales, que te confieso no he visto, no porque sean malas, sino que ya no estoy en edad de.

Bueno Vivi, creo que sonaría hipócrita si digo que te admiro, porque en verdad –perdona la sinceridad nuevamente- no te admiro, lo que no impide que reconozca en ti un ejemplo de lo que es una mujer independiente, exitosa, trabajadora, luchadora y profesional, cosas estas plausibles desde cualquier punto de vista. Te respeto, más no te admiro, que conste en acta.

(continúa la próxima semana)