Robada nuevamente...¡qué desgracia!

El sábado operaron de emergencia a una amiga mía y entre tantas ocupaciones no había tenido tiempo de ir a visitarla a la clínica, por lo que hoy, luego de adelantar buena parte del trabajo en la mañana, pedí la tarde libre para ir a visitarla a su casa y estar un rato con ella.

A eso de la 1:20 PM, luego del almuerzo, salía yo de la estación Parque del Este, ahora llamada Miranda, y me dirigía a su casa en la 1ra Av de Santa Eduvigis, una urbanización de clase media alta de Caracas, para quienes no la conozcan. Esa avenida tiene un monstruoso y gigante supermercado Excelcior Gamma, y un lujosísimo hotel 5 estrellas llamado Pestana Caracas.

Me encontraba yo subiendo por dicha avenida por el lado del supermercado cuando se me acerca un moreno, de unos veinte largos y me pregunta donde quedan los taxis, yo le digo que no sé, cuando voy a seguir me pregunta si eso es Santa Eduvigis y llámenlo sexto sentido pero en ese momento lo que se me vino a la mente es que era un delincuente y traté de cruzar la calle pero lo tenía cerca y él como que se dio cuenta de la cosa por lo que bajito y disimulando me dijo algo como: “quieta, quieta, disimula y sígueme la corriente, no trates de hacer nada porque estoy armado”. Acto seguido me medio mostró lo que era una especie de cuchillo, puñal, navaja, pico´e loro, o qué se yo.

Y heme yo allí, a plena luz del día, frente a un hotel 5 estrellas de lujosísimo, vistosísimo y vigilado lobby, con el mega supermercado al lado, carros transitando libremente por la avenida, una que otra persona caminando, y el delincuente al lado. Lo que vino fue: “vamos a caminar como si nada y ve sacando la cartera”. Abrí la cartera, saqué todo el efectivo del portamonedas y se lo dí. Me quitó 180 Bs F: 100 que siempre tengo en uno de los compartimientos por si ocurre alguna emergencia, y 80 de los cuáles tenía apartados 20 para comprar unos dulces para mi amiga.

Después de darle toda la plata, ilusa yo, pensé que todo se había acabado, pero lo siguiente fue dejarme sin el reloj que mis hijos me regalaron el día de las madres, unos zarcillos y pulseras de fantasía, y una cadena de oro blanco con un dije de esmeralda que era de mamá, en medio de un “disimula, disimula, hazlo con calma, que yo sé donde clavarte esto para que te desangres”. En medio de tanta humillación, yo sólo pensaba en mis hijos, obedecía y caminada.

Luego vino el celular, que no se lo quería dar, pero un “no te pongas bruta” bastó y sobró. “Ahora vamos al cajero” dijo. Yo no sé ya cuanto tiempo llevaba en eso, me parecía que era mucho, y quizás producto de ello le dije: “¿qué cajero? Si yo no tengo tarjetas” y como yo las tarjetas y las chequeras no las guardo en el portamonedas sino en otro compartimiento de la cartera, saqué el portamonedas, lo abrí y se lo mostré.

“Bueno ¿qué más tienes, porque esto es muy poquito?”. Yo la verdad me indigné cuando esa basura lo dijo, ¡con lo que me cuesta a ganarme la plata para que un delincuente que no trabaja y no hace nada diga eso! Volvió a insistir con lo del cajero, y yo volvía con que no tenía tarjetas, “si veo que tienes te juro que te mato”, “revista el portamonedas y ve si encuentras una” era mi respuesta.

Luego, cuando ya no me podía quitar más, cambió el tono: “Mire doñita yo soy de Petare y hago esto por necesidad, porque yo tengo una niña enferma que mantener…”. “Lo haces porque eres una basura que tiene conseguir plata para drogarse”, fue lo que pensé. “Así que no me guarde rencor”. “Tranquilo que el de allá arriba se encargará de ti, cuando llegue la hora” le dije mientras se iba, cual si lanzara una maldición gitana.

En ese preciso instante sólo venían a mi mente pensamientos donde el delincuente terminaba fulminado por un rayo, retorciéndose de dolor mientras una sobredosis de droga acababa con su vida, torturado y finalmente asesinado por la fuerza pública de un hipotético gobierno militar de ultra izquierda o ultra derecha que tomaba las riendas del país y acababa con todos esos malvivientes, o ardiendo en el infierno. Viéndolo fríamente he de reconocer que esos pensamientos fueron horribles, indignos de una católica cómo yo, pero los atracos no son sólo materiales sino también morales, y no puedo negar que al menos imaginarme la escena me dio un cierto alivio.

Cuando regresé a la realidad, ya sin celular, dinero, prendas, reloj y demás, tuve que escuchar la desgraciada frase de consuelo con la que nos toca vivir a los venezolanos: “pero gracias a Dios estás viva y no te pasó nada”. Y es que así estamos de mal en Venezuela, que uno tiene que darle gracias a Dios porque lo despojen de sus cosas sin violencia, porque no le metan un tiro, porque no lo apuñaleen, porque no lo secuestren. Así será de grave y triste la realidad del país que un hecho delictivo de esas características no deja de ser casi una bendición.

Mi amiga quedó sorprendida cuando se lo conté porque esa se suponía que esa era una zona segura, pero definitivamente en Caracas ya no hay nada seguro. O sí, si hay cosas seguras, como la casa del Alcalde de ese municipio, José Vicente Rangel Ávalos, que se veía desde la ventana de atras del edificio de mi amiga, y que tiene en sus puertas un toldo y una patrulla de policías las 24 horas del día. Y mientras, el miserable de Rodríguez Chacín se vanagloria constantemente diciendo que Caracas es cada vez más segura y la calidad de vida se sus habitantes aumenta. ¡Qué desgracia!.