Crónica de la decadencia: El Cine Continental es un antro de perdición gay

Buscando escapar del convulsionado ambiente de una tarde de nacionalización de bancos, habiendo hecho lo que hago algunos lunes o jueves –adelantar mucho trabajo para salir temprano-, y seducida por el módico precio de la entrada -5 BsF.- en comparación con los 7,5 BsF de Metrocenter para la misma película, decidí entrar a eso de las 4 PM al que otrora fuera uno de los primeros cines de la ciudad, para encontrarme con el espectáculo más decadente y sucio que mis ojos hayan visto.

Para quienes no lo sepan, les doy una idea: el cine Continental se encuentra en frente de la Asamblea Nacional, a escasos metros de la estación de metro de Capitolio. Su estructura es bastante antigua, ya que como dije fue uno de los primeros cines de la ciudad, y a pesar de la falta de mantenimiento se conserva.

Cándida como pocas compré la entrada, un refresco, unas cotufas, y entré a ver la película en lo que yo creía seguía siendo un cine normal. Como aparte de miope soy vieja, me senté cerca de la pantalla, cosa que no era muy difícil porque la sala era inmensa y no se veía mucha gente. Hasta allí todo bien, yo veía tranquilamente mi película, sentada en una butaca de las de antes que se echaban para atrás al estilo bus-cama, y comía mis cotufas.

Sin embargo, al rato comienzo a ver algo extraño: gente parándose y cambiándose de lugar en un dos por tres. Bien, estarían incómodos pienso. Sigue pasando el tiempo y empiezo a notar que la cosa ya es rutinaria, y la mayoría, por no decir todos, son hombres: se paran, caminan por los pasillos, se cambian de asiento, van al baño. En ese punto comenzaba a perderle el hilo de la película y a angustiarme por lo que estaba pasando a mi alrededor ya que la situación se tornaba, cuando menos, preocupante.

Veo pasar mucho encorbatado, veo mucho muchachito joven, uno que otro “tuki” como diría Lucecita Jr., y comienzo a sentirme como cucaracha en baile de gallina. Dos filas más adelante se sienta uno de los encorbatados, la película sigue, mi estado de alerta sigue, y el tiempo sigue. A los pocos minutos un jovencito se sienta en la misma fila del ejecutivo, unos cuantos puestos de por medio. Con mi poco privilegiado sentido de la vista y la oscuridad del cine, percibo entre ambos una especie de juego de señas, se para el muchachito, se le acerca y se le sienta al lado. Ya en ese momento comenzaba a pensar lo peor…que se vio confirmado con el paso de los minutos.

Un extraño movimiento entre ambos originado por un evidente toqueteo -“metedera de mano” le dicen ahora-, fue el preludio de algo que jamás me imaginé ver en vivo y directo: un beso entre dos hombres. Oh sí, comenzaron a besarse y luego vino lo peor: la cabeza del jovencito desapareció, el “encorbatado” se reclinó en el asiento, y se imaginarán uds que pasó.

Yo estaba en shock, aturdida, desorientada, impactada. Me paré ipso facto y comencé a subir por el pasillo para salir del cine, y no sé si fue peor, porque con la pantalla de espaldas la luz me permitía ver lo que sucedía en los otros asientos, y créanme que no era nada agradable. Un desfile de inmoralidad, hombres desvergonzados, deseo desenfrenado, impudicia y pecado mortal.

Salí asqueada e indignada a pedir una explicación que nunca llegó en medio de la mirada resignada de una empleada que me vio con cara de: qué le puedo decir, esta es la realidad y no la podemos cambiar. ¿Y la policía? Bien gracias, tiene allí su minita de oro, entra cada tarde, pesca a dos o tres, los matraquea -en venezolano: les saca plata-, y sanseacabó. ¿Pueden creer eso? ¿Será posible tanta desfachatez?

Que un cine, que es un espacio para la recreación y la distracción, donde podría ir cualquier persona, haya sido secuestrado por un grupo de depravados y lo utilicen para saciar sus más bajos y sucios instintos con el primero que se le atraviese, es una muestra de la crisis de valores por la que atraviesa el país. Y que pase en las narices de un poder público, y sea un negocio lucrativo para las autoridades, habla de la crisis institucional por la que atraviesa Venezuela, un país minado por la corrupción y los anti-valores en todos los niveles y estratos.

Es que yo todavía no salgo de mi asombro, ¡¡¡eso pasa en todo el frente de la AN!!! A poquísimas cuadras de la Plaza Bolívar y de la Santa Catedral de Caracas, ¡por Dios! Y no estamos hablando de un cine de esos que pasan películas pornográficas o algo por el estilo, estamos hablando de un cine que es de CINEX y transmite películas actuales, abierto al público, y en el que el gobierno incluso llegó a hacer a finales del 2005 un “Festival de Cine de Caracas”. ¿En que momento se perdió y se convirtió en ese antro?.

Y ahora yo me pregunto, ¿dónde está la gente de CINEX? Si son ellos quienes regentan el cine, tienen entonces una inmensa responsabilidad por lo que allí sucede, y de no tomar cartas en el asunto deberían ser severamente sancionados. Si resulta que esa perdición es la que mantiene económicamente el cine, pues ciérrenlo, véndanlo, dénselo al Estado o a alguien que tenga la suficiente voluntad como para recuperarlo, pero esa vagabundería de la que desgraciadamente fui testigo ayer se tiene que acabar.

Definitivamente esta es la crónica de la decadencia, la de una ciudad y una población que no aprecia y cuida lo que tiene, que lanza al olvido aquellos espacios cargados de historia, cotidianidad, tradición y valor arquitectónico, y los deja agonizar con una indiferencia y un desprecio abismal. Aquél cine abierto por el General Antonio Pimentel en 1934, que proyectó las primeras películas que llegaron al país, y que deslumbró y distrajo a los caraqueños con esa maravilla que es el “séptimo arte” hoy se encuentra convertido en un antro de perdición gay. ¡Qué desgracia!
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CON INFORMACIÓN DE:

Revista Sala de Espera: Bajo la luz del proyector.

RNV: I Festival de cine Internacional de Caracas.

Para mi Venezuela: Viejos cines de Caracas.

Flickr: Fotos del cine Continental