Lila Morillo, genio y figura hasta la sepultura

Que llega más tarde. Que ya falta poco. Que ya se viene. Que ya la tenemos. Que ya llegó pero vamos a ver un micro del trueque. Desde el principio del programa, los 3 moderadores de Buenas Noches comenzaban a cargar la atmósfera para recibir a la diva. La intriga y la expectativa estaban al máximo mientras Ramos Allup hablaba. No todas las noches y no en todos los programas se puede tener a Lila Morillo, por lo menos no en este ex–país farandulero que es la Venezuela actual.

Su nombre ya suena a mito, a leyenda. “Seguro sale con las mismas ridiculeces de siempre” espeta la abuela Farol, pero no puede esperar a verla. A Lila la conocemos de sobra, su vida es un libro abierto que está bien guardado en la memoria de todos los venezolanos, pero del que siempre se puede escribir una página más. Algo inventa, algo dice, algo cuenta. Así fue, así es y así seguirá siendo.

Terminan los comerciales y allí está ella, la Dorian Grey venezolana. A una semana de cumplir sesenta y cinco años en este mundo, Lila hace todo lo posible por no aparentarlos. La exuberante figura la ayuda, pero la cara la delata. Vestida a lo Scarlet Linarez (pantalón negro apretado, top bastante pegado, camisa roja amarrada y sombrero rojo también), con el cabello más lacio que nunca y la eterna pollina de siempre, Lila se ve ridícula. Más que una señora que lleva su edad con dignidad, Lila parece otra cosa. Disimula las más de seis décadas que tiene en este mundo, parece de cuarenta largos, pero…

Habla del nuevo disco que sacará al mercado donde homenajeará a viejos artistas y rescatará viejos temas. El Moñongo, El Cocotero, La Jaula de Oro, los de toda la vida.

Roland Carreño le hace la infaltable pregunta por José Luis Rodríguez, ¡ay por José Luis!. “Lo sigo queriendo” dice, para inmediatamente aclarar que lo hace porque fue un gran hombre en su vida, “y un buen padre”. Comienzan las contradicciones. La misma Lila que hace un par de años contaba en ¿Dónde estás Corazón? que a su hija Liliana la violaron y "El Puma" lo que hizo fue regalarles medio estudio de grabación a los violadores, ahora dice que es buen padre. A respirar profundo que acá está la Lila que conocemos, la de siempre.

Pausa y volvemos. La producción se pone traviesa y al regreso coloca el patético comercial de chiclets que José Luís grabó en Miami. Lila ríe sin mucha malicia y Carla suelta un “ay qué malos son”. Continúa la entrevista, y a medida que ésta transcurre sigue apareciendo la Lila de siempre. Ahora viene la religiosa. Dios para acá y Dios para allá. Echa el cuento del milagro: “yo era epiléptica y Dios me curó”.

Pasa a ser la Lila bondadosa. Cuenta que todas las noches bajaba a un barrio caraqueño muy peligroso a limpiarle la pierna a un anciano enfermo, hasta que la policía, asombrada por su camioneta, le advirtió que no volviera más porque todas las mañanas eran de a siete los cadáveres que amanecían en el suelo. ¡Es que Lila es tan buena! De la bondadosa transmuta a la maliciosamente bondadosa y aprovecha el tiempo para clavarle su estaquita a "El Puma" recordando “…esos años cuando yo ayudé a mi ex–marido a internacionalizarse”. Directo al hígado.

Viene otra pausa con muy buenas imágenes de archivo de VV. Me imagino un Hormigas Blancas de Lila Morillo, pero piso tierra al instante: el archivo es de VV y la mediocridad característica del 4 impiden que en ese canal se haga un programa que requiera un mínimo de investigación.

Volvemos de la pausa con la Lila que muta constantemente: La sufrida en la Jaula de Oro (“estaba tan sola y era tan infeliz”), la que sin nombrarla le mete casquillo a Mirla (“pensé que muchas se molestarían cuando Aldemaro dijo que yo era la voz más afinada de Venezuela”), la que sabe de política (“Alguien no puede salir de la cárcel para ser Presidente”), la que habla mal del gobierno (“La mala gestión está a la vista de todos”), la políticamente correcta ("Espero que [Chávez] no se ofenda, y con esto no le hago ningún daño, quizás él sea un hombre muy leido, pero es la realidad"), la que está a punto de publicar sus memorias (“Ya las mandé a EEUU, en estos días viajo a Miami para finiquitar su publicación”), la que está metida en todo (“Zapata, mi amor, recupérate, me hubiera encantado que me llamaran para cantarte”). Clásicos de clásicos.

Se despide cantando El Cocotero con una interpretación que de lo sensual y exagerada raya en lo caricaturesco. La cortan. Fin del show. Lila Morillo siempre será Lila Morillo, la de Venezuela, esté donde esté.